3/2/15

Aquí hay tomate

Teresa Rodríguez, aspirante a secretaria general de Podemos en Andalucía, ha dado una clase sobre cómo se cocina una encuesta -en temporada de campañas elija usted una muestra manejable, añada 200 gramos de preguntas inocentes, remueva hasta darle mejor aspecto- en un vídeo en el que aparece manos a la obra: preparando una salsa de tomate entre los azulejos de su casa.

Confieso que, en el primer vistazo, el gesto me ha gustado. Por fresco y poco habitual, porque es una manera eficaz de transmitir, más allá de la cuestión política -las elecciones andaluzas- que Podemos está cerca de las preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos. Todo el mundo sabe que a los maltratados por las élites nos quitan el sueño la crisis, la corrupción y el punto exacto del tomate.

Pero he repasado la imagen. En jerga cocinera -y no es que sea Arguiñano, ya me gustaría- la he dejado enfriar. Y veo a una posible presidenta de la Junta de Andalucía que presume de hacer una política del cambio metiéndose en la cocina, un lugar que los estereotipos de género han reservado a la mujer durante siglos. Qué va, estás muy equivocada, es precisamente al revés: hacer política desde la cocina sirve precisamente para reírse de esos tópicos arcaicos, para superar la absurda división de tareas -la mujer a la cocina; el hombre, a trabajar-.

Puede ser. Cuando Syriza decidió no incluir a ninguna mujer en el gobierno, políticos españoles de Podemos y del PSOE lo criticaron y prometieron que, cuando llegaran al poder, terminarían con la discriminación de la mujer. Minutos antes juraron derrotar al ébola, al calor en verano y al frío en invierno.

No creo que la mejor forma de fomentar la igualdad sea hablar de política sobre un fondo de mujer cocinando. Tal vez sería más educativo y positivo a largo plazo trasladar el debate sobre el machismo que aún existe en nuestra sociedad -y del que la violencia de género es sólo la manifestación más cruda-a la agenda pública, al centro de la discusión, en vez de relegarlo a la pura escenografía, al ruido de fondo. Porque al final al vídeo bienintencionado de Rodríguez le acaba pasando lo que a la conversación de la pandilla de María Dolores de Cospedal y sus tacitas de café. Parece que se le está dando más importancia al decorado, nada casual en ninguno de los dos casos, que al mensaje.