26/8/13

Calle Maldonado


-Los jóvenes creéis que tenéis siete vidas.

-¿En qué me arriesgo yo?

-Siempre estás viajando, cada vez más lejos. Sólo espero que en el último momento pidas perdón a Dios.

-Perdón, ¿por qué? No iré a ningún sitio. Desapareceré, ya está.

-No es tan fácil. Por las noches, aunque tu cuerpo está como muerto, sueñas. Estás en otro país, eres rica, vuelves a ser una niña abriendo juguetes. Eso es tu espíritu o tu alma, no le pongas nombre si no quieres, pero seguirá vivo cuando tus huesos se los coma la tierra.

-¿Nos tenemos que poner siempre así de dramáticas?

-Qué tontería. Lo que pasa es que te da miedo hablar de la muerte. Pero puede llegar en cualquier momento.

-Sí, nos tenemos que poner dramáticas. 

-95 años. Sólo mi tía Bienvenida vivió más que yo. A mi padre se lo llevaron por la puerta a golpe de pistola cuando yo tenía 16 años. Mi hermano se murió hace 20. Mi marido, cinco años después. Mi hijo, hace sólo cuatro años. Yo estoy esperando como en la cola del mercado. He pedido la vez y me tocará dentro de un par de turnos. Ojalá me encuentre antes de que me quede ciega y me vaya meando por los rincones de la casa, como Bienvenida.

-Llevas amenazando con tu muerte desde que tengo memoria.

-El que avisa no es traidor

Tiene los ojos de búho, de mochuelo. Un pájaro despierto y salvaje desde fuera. Pero ella duerme por las noches, más siestas a medio día. Su casa huele a cerrado y a zumo de piña. Hay una mesa en el centro del salón cubierta por un plástico amarillo. La devoción discreta al pragmatismo y dos sillas agujereadas porque aquí nada se tira, ni siquiera el pan reseco. Una foto de María, la virgen, al lado del teléfono anulado por la sordera. En la estantería, fotos en fila india de las comuniones de los nietos y además un libro de recetas nuevo, El legado de Juan Pablo II, El Rojo y el Negro -igual que las doscientas faldas heredadas y eternas- y La vida es sueño -ella adormilada en la esquina del sofá-. Dos detalles: un azucarero con pastillas; una copa de vino rellena de caramelos.  

María hace pausas mientras habla. A cada rato confunde los parentescos. Habla del campo y sus herramientas como si yo las hubiera tocado. Con la uña del dedo gordo de la mano izquierda repasa el borde del mantel y con la otra mano se acaricia la sien. Hay migas en el suelo. Ella quiere saber por qué en Siria, qué dijo Merkel, quién es él y a qué se dedican sus padres, cuánto me pagan y a cómo está el suelo en Madrid. Dispara preguntas sin saber que es su remedio contra la vejez.

Aún conserva mechones de pelo negro. Me ofrece magdalenas y si me descuido me las mete en el bolso. Pero mujer, toma algo. Un zumo, una pesicola, ¿no quieres nada? Me mira y me repasa. Desaprueba el pantalón tan corto y las uñas tan rojas. Nunca se ha maquillado. El día de mi boda me quité la pintura mojándome los labios. Me picaba. En mi época no gastábamos tanto dinero en caprichos. Su época, como si hubiera vivido toda la Edad Media y al acabar la guerra de los Cien Años hubiera gritado ¡Ala, se acabó, mañana toca otra edad!  Ella es que es de época.

-¿Has sido feliz?

-Sí. Pero no se puede ser feliz siempre. Hace falta paciencia. Hay que cuidar más la felicidad de la familia, de los amigos, y menos la nuestra. 

-¿Cómo vamos a ser felices si descuidamos nuestros sueños, nuestras ilusiones?

-Los jóvenes pasáis demasiado tiempo soñando.