16/4/13

Mirar


No importa hacer, sino mirar
el rastro del círculo de luz,
yemas del huidizo asfalto,
tu nuca alimentando mi deseo

Yo he vendido mis labios en la sombra
Me he inventado palabras en la sombra
He pedido perdón y sólo había sombras

La noche es tan corta que cabe debajo de las uñas

Cuando nací me abrigaron con una sábana blanca
Al morir me taparán con una sábana blanca

Y qué hago con estos días verdes, rojos, azules
Mirar con inocencia, no hacer. 



9/4/13

¡Se callen, coño!


El teatro es malo para la salud. Puede usted pillar la gripe, la tuberculosis, el tifus mismamente. Como mínimo, se lo advierto, se lleva a casa un catarro tonto. Los asmáticos, los alcóholicos, los afónicos, Llongueras (¿saben que hay gente en foros que pregunta cuánto vino hay que beber para emular su voz?), colegios que escupen flubber y señoras con cavidades secas (¡no sea guarro, ESA cavidad no!) se dan cita las tardes de los sábados en los teatros madrileños. Puede que en otras provincias sea parecido, pero no se fíen, hay muchas diferencias en esta España mía. I mean, tenemos al reino de Cospedal y su peineta y luego al resto del país. Entre medias, los Acantilados de la Locura.

Pero me pierdo. El teatro, les decía, es ese edificio donde un grupo de gente, actores, recita de memoria un texto ante un público, a priori interesado en escuchar. Se lo explico porque algunas personas confunden el teatro con un cine o, peor, con la calle o, qué les parece, con un bar, y se vienen arriba. Y yo aquí he venido a hablar de mi libro a iluminarles.

Para empezar, hay un escenario, que es un espacio algo más alto donde se desarrolla la acción, con unas cortinas que pesan como el mundo entero sobre la espalda de Atlas (no me lo diga, el día de los mitos no estaba usted en clase) y una sala de butacas frente al mismo. Tal vez algunos palcos, un pasillo estrecho, unos camerinos, que es donde los actores se dan al vicio, follan y rezan, no necesariamente en ese orden, las taquillas, los camerinos y, ¡un ambigú! que no es un acomodador con moustache venido de Lyon, sino el nombre de la cafetería o el bar, esto he leído. ¡Espera, espera! ¿No era que un bar era distinto a un teatro? No se precipite. En los teatros a veces hay un bar, pero está separado por un muro. Y no me obligue recordarle que en Berlín hubo gente que murió al intentar cruzarlo. Bien. Muy bien. Sigamos.



El exterior de este edificio suele reconocerse por su fachada neoclásica (tó viejo, para los de la E.S.O), aunque tampoco vayan a fiarse a rajatabla, porque algunos arquitectos juegan a ser Dios o Miguel Ángel y existe uno con forma de aleta de tiburón. O más bien, con forma de ramo de aletas, se puede ser más excéntrico. Para su paz interior les diré que está en la otra punta del mundo, Sydney, Australia. También hay algunos teatros al aire libre. Suelen tener aspecto de ruina y están habitados por sonrientes personas con grandes objetivos en la vida. Japoneses.

Sea como fuera el caso es que el otro día fui a uno de estos sitios. No es que sea una espectadora asidua, si es que esta especie existe después de la llegada del IVA cultural, un regalo del Gobierno a los titiriteros , los poetas y los músicos. Ya saben, esa panda de caprichosos que no crean riqueza. VAGOS QUE SON ETA, que diría Masaenfurecida. Sólo interesan cuando se mueren (véase Sara Montiel, de vieja chocha a artista consagrada, ya en el féretro) y cuando ganan premios en el extranjero. Que ese lugar abstracto a donde van a parar los jóvenes, ese lugar donde un pregonero va gritando "Maaaarca Espaaaaña, Maaaarca Espaaaña". (Aquí podrían añadir 'se busca exorcista de indignada'. Pago bien.)

Y allí estaba yo, en uno de los palcos con una amiga, columpiando mis brazos de atleta en el vacío para arrimarme a la barrera y ver salir al toro y al torero. 'A cielo abierto', en el Teatro Español, el más antiguo de Madrid. Por cierto, inserto aquí una anécdota. La esteticista de mi madre tenía un minijob de acomodadora en este sanctasanctórum (lugar sagrado, para los de la E.S.O) del arte. Le resultaba desconcertante  y placentero a la vez, a la que me dio a luz, que es profesora de Literatura (quién lo iba a decir) poder charlar en la camilla a pierna suelta de Lope de Vega, Calderón y toda esa pléyade de genios. Pedro, si me lees, toma esta escena para hacer de ella cine en carne viva. My pleasure.

Oigan, cómo me lío. Pues estábamos allí, disfrutando de la obra. Buenísima (no hay ironía en esto). Cuenta la turbulenta historia de amor entre Tom (José María Pou, qué monstruo) y Kyra (Nathalie Poza, también lo borda). Él es empresario de éxito, viudo recientemente, capitalista por principios, 20 años mayor que ella, profesora, pobre por elección, algo atormentada. ¿Pueden estar juntos dos personas tan distintas? Pues bien, cuando estaba el nudo de la historia a punto de servirse hete aquí que el público empieza a liarla parda. Toses, contracciones espasmódicas sinfónicas, esputos sin pudor, seguro que hubo bilis, ¡que me parta un rayo si miento! Cuando un cof cesaba empezaba otro cof cof y se iban sucediendo sin fin como si fueran una jodida orquesta de tráqueas malheridas. Como si se hubieran colado allí dos plantas de un hospital de enfermos crónicos. Y entonces, gracias a Molière, José María Pou exclamó: "¡JODER!"

Silencio inmediato. Dos segundos después, estallido de aplausos. Mon dieu, el teatro apunto de derrumbarse por semejante sobresalto. Los alborotadores callados como putas. El resto, celebrando la victoria (algún "oe, oe, oe" lejano). Y Pou y Poza haciéndose pis de la risa. "¿Podemos, ya?", preguntó entonces el primero, asomadito al escenario (para definición, ver más arriba). Mi soñadora amiga apunta: "El mensaje del altavoz debería exigir al público que comiera caramelos de menta antes de aposentar el culo en el asiento". "Pufff, ya te digo, tía", apruebo. Me imagino a unos señores con alcoholímetros en la puerta midiendo la sequedad de la garganta antes de dar acceso. "Positivo, tire pá fuera". O chinos vendiendo pañuelos de seda falsa para aclimatar las gargantas más rebeldes. Y así, de paso, generamos más riqueza, para complacer a los del IVA. Afortunadamente estas ensoñaciones duran poco y vuelvo a sumergirme en la historia que sigue, en directo. Y pienso, ¿para qué sirve democratizar la cultura si no hay interés en disfrutarla?

3/4/13

Caballos ciegos


Caballos ciegos de crines despeinadas
Silba el mar presume de ser libre
Diez pianos tocan My Baby Just Cares for me
Por mi barbilla baja un río de agua dulce
Ojalá vivir fuera verano

Aquí y ahora la garganta me sangra,
aún falta llorar y que me vean
luego secar el dolor más sagrado.
Los ojos me brillan al final del día
ha llovido y ahora empieza la vida a despertarse

Quiero beberme este silencio, quemar las horas quietas
Ir hasta el centro de la Tierra para nacer
Y allí, hablar del amor
Ojalá vivir fuera despacio