31/3/13

Diario de Cuba


Hoy como ayer, cantaba Benny Moré, el Bárbaro del Ritmo que ya se fabricaba guitarras con tablas de madera e hilo a la tierna edad de seis años. Hijo de una familia campesina y de raíces africanas (leyenda o invención, cuentan que su tatarabuelo era descendiente del rey de una tribu del Congo), su vida podría resumir lo mejor y lo peor de Cuba, el paraíso de la nostalgia, caja de música, museo de lemas caducados. Fue discriminado por ser negro, bebía café como agua, trabajó de niño vendiendo fruta y más tarde cortando caña y tuvo que hacerse respetar en media Latinoamérica (incluso actuó en la gala de los Óscar en 1957), antes de ser admirado en su propia tierra. Hoy como ayer, yo te sigo queriendo, mi bien, cantaba el tenor negro de Cienfuegos allá por 1940.  Hoy es sinónimo de ayer en Cuba.

Eso es lo que más me ha impresionado, ver el tiempo parado. Allí estaba ese ejército de almendrones, coches antiguos norteamericanos escupiendo gasolina a través de escamas de metal, rojos, amarillos, verdes. Y los edificios que han aguantado un siglo, a veces dos, a veces cuatro, y siguen respirando, a pesar de la lluvia y del sol que abrasa -la ropa blanca bailando siempre en los balcones- o las carretas endebles que avanzan por los caminos, guiadas por un burro delgado, porque todos los animales son huesudos, kilómetros después de La Habana.

Hemos aprendido a cepillarnos los dientes sin pasta, a lavarnos sin jabón. Si se va la crisis la vamos a echar de menos”. Nos lo decía el guía que nos llevó a ver el Valle de los Ingenios, que no es, aunque podría, el apellido de toda la estirpe de la Revolución, forzada a agudizar la imaginación para convivir con la inmutabilidad impuesta. Los ingenios eran haciendas donde se procesaba la caña de azúcar, el principal recurso económico de la isla y del que se obtiene el ron. Ahora sólo queda la huella de la dominación: la altísima torre de los Iznaga (los vascos también llegaron aquí) desde la que los patrones vigilaban si algún esclavo intentaba escapar. Al estar subida en el punto más alto, con toda aquella estructura de madera temblando -en Cuba los crujidos no siempre anuncian desastres- me invadió la vergüenza. ¿Cómo puede el ser humano, suponiendo que somos todos una misma especie, suponiendo que todas las vidas son herencia de otros y prólogo de los siguientes, cómo puede haber masacrado a sus iguales?


Cuba es un país de leyendas. Como las que rodean a la ceiba, un gigantesco árbol cuyo tronco nadie se atreve a cortar, escenario de los rituales de santería y con restos de sangre oscura de animales muertos en la corteza. Como la de La Milagrosa, una mujer que murió en 1903 durante el parto, llevándose a su hijo. La enterraron con éste a sus pies y, años después, cuando exhumaron el cadáver, encontraron al bebé muerto en los brazos de la madre. Ahora una mujer pelirroja con arrugas en los ojos desempolva las lápidas en miniatura que rodean la tumba, llenas de mensajes de agradecimiento venidos desde todas partes del país.

Cuba es un país donde no existe el silencio ni el estruendo. Por la mañana, el primer día, desde la casa de Diego en el Vedado se escuchaban los pájaros como si sólo hubiera campo. Y luego al salir a la calle están los corrillos de gente discutiendo, casi siempre sobre béisbol, el venerado deporte nacional. Un par de veces les oímos hablar de un tal Chávez con pasión. La música suena en todas partes, es un idioma más, y guitarristas anónimos aparecen aquí y allá. Guantanamera para desayunar, comer y cenar. Algunos músicos van a parar al Malecón, donde una hilera de casas abandonadas luchan desde hace años con la sal del mar, y pierden. La victoria de las máquinas todavía deja huellas visibles. De camino a Trinidad desde Cienfuegos, el conductor frena y nos pide que nos fijemos en la carretera. En un tramo de unos diez kilómetros, el asfalto está teñido de rojo. Hay pequeños montones, restos, parece fruta podrida. Son cientos, miles de cangrejos desmembrados y muertos. Viajan hasta el mar para desovar pero en el camino tienen que atravesar esta trampa mortal. Por una especie de venganza poética, muchos coches pinchan las ruedas al pasar por encima de los caparazones rojos y se quedan tirados, horas y horas, con el olor a cangrejo muerto metiéndose por el cuerpo.

Cuba es sensualidad y sobre todo deseo, como si el aire caliente y vago pudiera poco a poco desnudar a la gente. Tienen los piropos preparados en la punta de la lengua y te miran como si el pudor no se hubiera inventado. Baile y sexo son iguales. Al fin y al cabo, son dos cuerpos haciendo algo bello, dándose placer. Tuve, por cierto, una sesuda conversación con un tipo mientras bailábamos (malpensados).  Él bailaba -yo me conformaba con no pisar a nadie- y decía que si te gustaba la música por fuerza tenías que bailar bien. Para nada, respondía yo. Puedes apreciar la música y no tener sentido del ritmo. Bailar como un pingüino borracho. Véase el caso práctico, me señalé los pies. Él siguió empeñado en que yo, en el fondo de mis caderas, sabía moverme.

No se si es mejor o peor esa libertad sexual. Parece más ancestral, más animal, seguramente más simple que nuestra forma occidental  clásica de comprender las parejas. Otro asunto es esa manera de ligar tan (tele)novelesca. No conocen las indirectas o los términos medios; o te llaman mango y se inventan diez piropos sobre el color de tus ojos, o te dicen que quieren follar aprovechando que te ofrecen un taxi. El problema, comentaba allí con Elba, mi compañera de viaje, es que no sabes identificar si hay intereses menos puros detrás de la conquista. Vimos varias parejas estridentes. Él joven, atractivo, todo músculo de la mandíbula a la espalda, mirando a veces de reojo (¿avergonzado?) a sus amigos. Ella mayor, más de 60, la raya del ojo un poco torcida, el vestido un poco justo, pagando una docena de piñas coladas.



Cuba es, o parece, el lugar donde empezar novelas, cuadros, canciones. Me acuerdo de María de las Mercedes, dentista retirada que nos alquiló una habitación en su casa de Trinidad. Nos estuvo relatando durante media hora el paso de un huracán en 2002, luego de otro en tiempos de su abuelo. Era la reina de las onomatopeyas. Una narradora magnifica, casi sentimos en la espalda el polvo blanco del techo derrumbado. Mi madre dice que esto es porque la tradición oral allí aún no se ha perdido. Por cada ordenador en España en Cuba hay veinte personas haciendo cola en una cabina telefónica. Cuando le preguntamos a María qué a qué se dedicaba su hijo, respondió: Lleva tres años arreglando el Chevrolet del abuelo. Y luego estaba aquel señor ciego de un ojo que vivía en Cayo Macho, una isla desierta plagada de iguanas y estrellas de mar. Se llamaba Fidel, vivía 15 días en la isla con una mujer a la que llamaban la China, y 15 días en tierra. Cuidaba a las iguanas como si fueran sus hijos.

Cuba es, al final, pobreza y paradoja. Según el diccionario, una revolución es un cambio rápido y profundo. También significa inquietud, alboroto. Pero en la Plaza del mismo nombre, hay un cartel que reza 54 años de Luchas y Revoluciones. Puro realismo mágico, ¿no? La inexistencia de vallas publicitarias (bendita cura, aunque breve, del consumismo atroz del que venía y al que he vuelto) ha sido sustituida por un impresionante despliegue de propaganda comunista. Al principio tiene su encanto, y yo hacía fotos, tal vez por mi obsesión con las citas(todas eran de Martí o de Fidel), también por simpatía con algunas ideas. Después comprendes que aquello no es un museo, es un país obedeciendo las normas de un fantasma

La última noche, en La Habana, fuimos a beber ron -qué, si no- un grupo de gente y quisimos reconocer algunos logros del comunismo. El acceso a la sanidad y a la universidad, gratuito y universal. La cultura concebida como un derecho, no como un privilegio (un cubano puede ver al Ballet Nacional por un euro). Pero luego me acordaba de aquella niña de diez años en Trinidad que cogía a su hermano de un año como si fuera su hijo y nos contaba que la acaban de operar de los pies. Iba en chanclas porque no tenía dinero para unos zapatos cerrados. En la misma calle una mujer negra nos pidió que le diéramos ropa o toallas. La iban a operar de cataratas y quería llevarse una toalla al hospital para no parecer tan pobre. Un amigo de Diego recordó aquella noche Y la libertad de expresión. Y el derecho de reunión, de manifestación, de propiedad privada...porque estos tres están garantizados en España, ¿verdad?

Un arquitecto gana unos 400 pesos cubanos. Eso son unos 20 pesos convertibles (la moneda que sustituyó al dólar cuando éste se introdujo en el país para abrirse al turismo, tras el Período Especial). El precio de una habitación en una casa particular, una noche, también son 20 o 25 pesos convertibles. Muchas personas abandonan su profesión para ganar, en un día, lo mismo que un médico, en un mes. Así que el país se fractura, un poco más, entre los estudian y no obtienen recompensa y los que viven holgadamente por un golpe de suerte. De nuevo, la similitud de esta frase con España es pura coincidencia.

Supongo que las multinacionales ya se frotan las manos pensando cómo sacarán jugo a los recursos de la isla cuando caiga el régimen. Tal vez los cubanos, cuando pase, intenten huir rápidamente. La mayoría de la gente con la que hablamos era crítica con el sistema y se quejaba de las penurias, pero no se atrevían a decir nada malo del camarada Fidel. Varios amigos que viven en La Habana confirmaron que sobre todos los más jóvenes están hartos de vivir el mismo día cada día

No se puede entender ningún lugar en siete días, pero me viene una imagen, facilona, lo admito, de la isla después de haber ordenado los recuerdos. Cuba es un diamante guardado en una caja de plástico. Quizás sólo los que conocen de verdad su riqueza, su gente, su interés, puedan volver a hacer que brille. 

7/3/13

Crecer


Yo era un animal hambriento cansado de tocar paredes.
Pensaba que crecer era arrancarse capas de piel
hasta dejar blanco y verdad, tierra y silencio.

Pero no, crecer es justamente lo contrario.
Impermeabilidad cerrada con candados
hasta quedar aislados

Escupiré las cenizas de algún cuerpo y quiero
que cuenten que pasaban de las tres
cuando salí a vivir envuelta en sangre