Camiseta vieja de rayas, esa forma de andar como pasando de puntillas por todo, para observar sin hacer ruido, vaqueros, tu maldita media sonrisa con la que atracarías bancos sin derramar ni una gota de sangre, fuerza y debilidad en cada gesto, en los veinte pasos larguísimos que te separan de mí.
Hablamos. Tu padre, dedicado al trabajo desde la madrugada, dedicado a quererte aunque no entienda por qué le regalas las Rimas de un tal Bécquer. El mío ya no está desde hace muchos años. Así lo perdí, así me equivoqué al llorarlo, así me duele ahora, así comprendo que me ayuda seguir mirando atrás. Tu madre perdida en las pócimas, la mía en los encantamientos de tapa dura y letras negras. Tu hermano, tan lejos que ni siquiera quieres reconocerle en una foto, tan lejos que el amor se ha ido colando por las heridas de la infancia. Mi hermana, mi canción para dormir. Con sus manos de niña está dispuesta a desenterrarme hasta sin fuerzas. Ella es la única que me pedirá que no me enamore todavía, pero eso no te lo he dicho, todavía.
Y seguimos hablando encima de la arena. Hablamos del amor. Del primero. Fue aquí, tú eras pequeño pero estabas dispuesto a quererla para siempre. Y yo te hablo de él, de las primeras cosas, de crecer juntos y luego darte cuenta de que el amor se ha marchado. Te hablo de encontrar a alguien con quien hablar, y que no baste. Me hablas de encontrar a alguien con quien dormir, y que no baste. Hablamos del engaño. Del mío, del tuyo. Nadie es perfecto. Hablamos de los besos. Los besos son sólo besos. Los besos son casi siempre más que eso. Hablamos de conformarse con una historia de rasguños. De volar por los aires una casa perfecta construida encima de un árbol. Hablamos de ser valientes, pero tú no crees en los valientes y yo los he subido a un estúpido altar. Hablamos de ser leales. ¿Es posible serlo siempre?
Hablamos de sobrevivir un accidente. Hablamos de luchar por escribir o de escribir sin ganas. Hablamos, pero tú un poco más que yo, que remuevo la arena alrededor haciendo laberintos y amontonando la tierra mojada. Tu lado está muy quieto. El sol ha dibujado un arco encima de nosotros y seguimos hablando. El turista se ha quitado el abrigo, el niño duerme cansado, y las mujeres de antes se han callado.
Tú te esfuerzas por
enseñarme tus cicatrices, los huecos que crees que nadie podrá llenar. Yo me empeño en
decirte cosas que me he creído de los libros que odiaré a partir de hoy, y
defiendo con gritos que el amor existe y puede llenarte tanto que te falte el
aire y el hambre. Existe, lo he visto. Existe, y tú me has quitado las ganas de
comer estas croquetas frías a las seis de la tarde, cuando sólo falta media
hora para que salga mi autobús. Es fácil pasarse la vida hablando
contigo, dices. Es difícil saber que sólo será un día.