10/4/12

Los bribones de la escopeta


Doña Sofía, yo te comprendo. “Con los niños siempre pasa eso”, ha dicho, mientras acariciaba el ensortijado pelo rubio del travieso Froilán. Y todo el mundo con la ceja levantada, maquinando comentarios súper hirientes. Primero el nieto se dispara al pie y luego la reina diciendo que son cosas de los chavales, que siempre son bribones. Perdón, borbones.

Es que ustedes no entienden a qué se refiere Doña Sabiduría. En cambio, yo sí. Y mi querida madre, más aún. Ella también tuvo un affaire con una escopeta en su tierna infancia. Y no era de la realeza, sino de Villacañas, provincia de Toledo.

No se si han oído ustedes hablar de Guillermo Tell, conocido por su puntería con la flecha. El señor Tell vivía en un pueblito suizo llamado Bürglen allá por el siglo XIII. En aquel momento la Casa de Habsburgo estaba anexionándose cantones suizos (antes del Risk estas cosas pasaban). El caso es que Guillermo Tell desafíó la autoridad de los Habsburgo y el gobernador, conocedor de su famosa destreza con el arco, le impuso un castigo. Le obligó a disparar su ballesta contra una manzana colocada sobre la cabeza de su propio hijo, situado a 80 pasos de distancia. Si Tell acertaba, sería perdonado. Si no lo hacía, sería condenado a muerte. Acertó, mein gott!

Pues bien, allá por los años 50, en Castilla la Mancha se repitió la proeza. Un albañil estaba arreglando el tejado de la casa de mis abuelos, María y Tomás, una mañana cualquiera de abril, cuando mi tío Jerónimo, que tenía unos 10 u 11 años, entró en escena. Mi tío, un chaval bribón y bastante valiente, presumió de su puntería: “Yo lo gano tó en la feria, con la escopeta”, “He matado 10 pichones ya”. El albañil , jugando, le desafíó: “Miiiira el muchacho este. Anda, déjate de tontás

Pero Jerónimo tenía la última palabra. “Ahora verás, ¡so listo!”, le dijo al señor albañil en las alturas. Y entonces, llamó a mi madre. Cinco añitos. Coletas negras. “¡Nena, ven aquí un momento!” (toda su vida la llamó nena). “Coge una manzana, póntela en la cabeza y vete ahí. Más lejos, más lejos.”

Mi madre, evidentemente, obedeció, porque era su ejemplo, su hermano Zumosol, su number one.  Mi tió cogió la escopeta de perdigones (el mismo modelo que usa Froilán), apuntó, y le dió a la manzana. El albañil quería más : “¡Bah, eso ha sido suerte!” Mi tío y mi madre repitieron la jugada. De nuevo, volvió a acertar.

Así que ven, la reina tenía razón, los niños son así.  Por si se habían quedado con curiosidad, al rato del incidente llegaron mis abuelos. Mi inocente madre contó la aventura y mi abuelo no mató al albañil porque éste salió escopetaó, nunca mejor dicho.

Ah y por cierto. Doña Sofía también dijo algo más, pero no lo recogen los medios. Al parecer, mientras salía de la clínica, musitó: “Dejen ya de hablar del nene, que es sólo una cortina de humo para que no piensen en los recortes, hatajo de imbéciles”. Los periodistas no lo han contado porque ellos, imbéciles, no son.

4/4/12

Preguntas


Quiero reír pero al cerrar los ojos veo muertos en los que nadie piensa
Quiero reír pero los animales se han callado
Quiero reír pero las ventanas estallan
cristal, cuchillo, alucinación, espejo

Sueña el hombre con construir su castillo
¿cómo sobrevivirá sobre las ciudades de arenas movedizas?

Sueña el hombre con abrazar la piel caliente y roja
¿cómo aguantará las grietas que atraviesan las heridas?

Sueña el hombre con cambiar el mundo sin saber que la lluvia
borra hasta las huellas más profundas

Entre preguntas y huecos, a medio camino de la saliva de la rabia y el agua de los besos
Suena la risa