Pulso con el dedo
índice la bendita (infecta de bacterias) tecla del enter y, en los segundos que
tarda en cargarse el radiopatio de la actualidad, contengo el aliento y rezo
al dios del frigorífico (libertad religiosa, ¡chitón!)-Hoy no, por
Dios, hoy no- pero, malheur, allí están otra vez. El olor fétido de la
corrupción, los millones de parados, los políticos vomitando sandeces,
los jueces de Bruselas castigándonos contra la pared, Atenas ardiendo en
silencio, los desconsolados niños sin
mi pupitre nooo, la policía aporreando a jóvenes que blanden libros como
espadas,
los casposos salivando, las deudas a punto de nieve para el
apocalipsis. La desgraciada, malnacida crisis. Yo resoplo, maldigo al
dios del frigorífico que no me da más que yogures y disgustos, musito
un ay señory sigo, haciendo.
Por los ataques de
risa de detonante inexplicable que acaban con alguien quedándose sin aire. Por los
niños que aprenden a andar con la concentración de un escalador pero se
caen de culo cada tres pasos. Por los dibujos de sirenas y de árboles con casas
dentro, por los papelitos voladores que contenían secretos políticos y por los que
una amiga doblaba haciendo grullas (las ranas
estaban muy vistas), por los emails bíblicos de Liverpool a Madrid, por
las cartas que mi padre me escribía
cuando me iba un mes a aprender inglés (aunque aprendía a robar pares de
calcetines de South Park porque lo hacía todo el mundo).
Por los
cuentos de naufragios y pastoras con rebaño que decidían cambiar de sexo que
escribía con 10 años. Por la cara de susto que se nos quedó a mi hermana y a mí
cuando descubrimos que los pollitos rosas que habíamos comprado en el mercado
de Villacañas desteñían al cabo de los días. Por las veces que mi abuela dice ¡Si
yo no digo nada! después de haber criticado a media familia. Por la
expresión de mi otra abuela, ¡Anda la osa negra!, como quien dice, ¡Anda
mi madre! Por aquel chiste que nos contaba de unas monjas con serios
problemas de incontinencia. Y por el otro chiste de una niña que se llamaba
Nocruces y acababa atropellada. Y nosotros, muertos de la risa.
Porque
después del calimocho vino el vino y bienvenido sea. Porque a veces
bebimos hasta perder el control. Por los planes para cambiar el mundo, tan
sólidos como una catedral hecha con una baraja. Por la tarta de manzana y la
tortilla de patatas de mi madre. Por las
veces que se pone tan manchega que a su lado Jose Mota es un
piltrafilla. Y por cómo se esconde debajo de la manta cuando tiene frío, como
un animalillo asustado. Por los gritos de mi hermana cuando le hago cosquillas
detrás de las orejas. Por las veces que me pide que le acaricie el pelo hasta
que se queda dormida. Porque las dos arrugamos la nariz con el mismo gesto.
Por los libros con los que aprendí a soñar y por cómics que leí solo por
acercarme un poco a tí. Por los chicos que juegan a las palas en el Sardinero:
menos Nadal y más aficionados con el torso sudoroso. Por descubrirte
mirándome, por tus ojos medio cerrados un segundo antes del orgasmo. Por los
besos tan largos que nos dejaban los labios rojos. Por los besos que he imaginado mil veces.
Por
aquel día que nos perdimos por las calles de Granada siguiendo a unos gallegos.
Por las playas italianas que aparecen
después de deshidratarnos. Por aquel hotel de Atenas en el que el dueño nos recomendó, muy serio,
regarnos con la manguera. Porque lo acabamos haciendo.Por aquella vez que hiciste
200 fotos a una sola puesta de sol y tenías razón, todas eran diferentes. Por la habitación en
Londres que nos alquiló un búlgaro que repetía a gritos But where is the
wardrobe? Por las carreras en calles desiertas con veinte kilos en la espalda y por la vez que andamos en un precipicio sobre el mar. Por las zanahorias que sacabais en cada
tren para matar el hambre (sin conseguirlo, claro). Por todos los viajes que nos quedan por hacer. Por vosotros
y los que vendrán. Por el futuro aunque esté jodido. Por el amor que está a
punto de llegar. Por los bostezos que se contagian y porque, como dijo el
maestro, disfruta del día hasta que
un imbécil te lo arruine.
El infierno
maya se llamaba Xibalbá y estaba gobernado por dos jueces supremos,
Vucub-Camé y Hun-Camé, que dirigían a los demás asesinos de este mundo de
tinieblas. Unos tenían como tarea hinchar a los hombres, hacer que las piernas
les supuraran y teñirles de amarillo el rostro; otros se dedicaban a matarles de
hambre hasta que no quedaran más que sus huesos y los últimos los desangraban
hasta morir. La leyenda cuenta que este ejército de despiadados fue
vencido por dos dioses gemelos que lograron engañarles.
Guatemala tiene 14 millones de
habitantes de los que casi la mitad son indígenas. En la década de los 80, bajo
los gobiernos de Fernando Romeo Lucas García, Efraín Ríos Montt y Óscar
Humberto Mejía Víctores, 250.000 personas fueron asesinadas.
Aproximadamente 6.000 cada año. 45.000 continúan hoy desaparecidas. Un millón y medio de campesinos tuvieron que huir, muchos de ellos al
cercano México.
El periodo más sangriento fue
entre 1982 y 1983. Bajo las órdenes de Efraín Ríos Montt, el ejército llevó a cabo
una represión sistemática de los indígenas. El Estado justificó la
exterminación de más de 400 comunidades mayas argumentando que eran parte de
un complot comunista contra el gobierno. Así que campo a
través, los equipos paramilitares atacaron pueblos enteros, matando
indiscriminadamente, torturando y violando, quemando viviendas, disparando
desde helicópteros a quienes corrían para salvar la vida. Estos dos años
teñidos de sangre han sido bautizados como el Holocausto
Silencioso. La Comisión de Esclarecimiento Histórico de las
Naciones Unidas (CEH) reconoció explicitamente en 1999 que había sido una exterminación
en masa de indefensas comunidades mayas, incluyendo a niños, mujeres y
ancianos, a través de métodos tan crueles que han indignado a la conciencia
moral del mundo civilizado.
Mientras el país se lamía las
heridas y abría con sigilo las puertas de la democracia -por
más que el olor de la muerte no se borre nunca-, algunas personas, como Rigoberta Menchú, intentaron
que se juzgara a los responsables de aquella masacre al tiempo que los forenses empezaban a abrir las fosas de la infamia. Incluso en España el
juez Santiago Pedraz de la Audiencia Nacional emitió una orden de arresto contra varios acusados allá por 2007 (esto en la actualidad no podría hacerse, porque
el Gobierno de Rodríguez Zapatero decidió limitar el principio de jurisdicción universal)
En enero de este año, parecía por
fín que la Justicia guatemalteca iba a saldar cuentas con el pasado y, efectivamente, se ordenó procesar, por
delitos de genocidio y crímenes de guerra, al exdictador José
Efraín Ríos Montt. Pero en solo un mes, la esperanza se ha hecho añicos. Los
antiguos militares siguen sujetando los pilares de esta sociedad quebrada.
Primero se trasladó al fiscal, como contaba hace poco Ramón Lobo. Y ayer mismo, la Corte Suprema
de Justicia (CSJ) de Guatemalaretiró a la jueza encargada del caso, Carol
Patricia Flores, porque la defensa solicitó su recusación por considerar que la
magistrada estaba siendo parcial en el proceso.
Las
víctimas que sobrevivieron siguen pidiendo que los torturadores pasen lo que
les queda de vida en una celda. Pero el actual presidente del país, Otto Pérez Molina, general retirado que llegó al poder prometiendo
combatir la delincuencia y el narcotráfico, no ha reconocido todavía públicamente que en la tierra que pisa se planeó y se ejecutó uno de los mayores genocidios de la Historia. Sobre él pesan denuncias no comprobadas de violaciones de derechos
humanos en los primeros años de la guerra (1960- 1966).
Seguramente sea iluso esperar que en un futuro cercano los mecanismos de la justicia se vuelvan a activar para condenar a los culpables de esta masacre. Más absurdo es esperar que al resto del mundo le importe lo que sucede en Guatemala, ocupado como está en sobrevivir sin mirar más que las huellas que dejan sus pasos. Pero aunque soy periodista, siempre me ha costado asumir que algunos países simplemente son invisibles.
Cuenta otra leyenda maya que el dios del viento y la tormenta, Huracán, vivió sobre las aguas torrenciales y repitió sin cesar la palabra "tierra", hasta que la tierra finalmente surgió de los océanos. Así que tal vez merezca la pena rescatar historias del olvido. Puede que así levantemos otro presente.
Nota
al pie de página: El pasado incurable no es la única enfermedad de Guatemala. El país posee la tasa de
desnutrición crónica infantil más alta de América Latina y una de las mayores
del mundo. La mitad de la población vive en condiciones de pobreza y el
17% en la total indigencia. Eso no es todo. Junto a México, es uno de lospaíses con mayor índice de femicidios en el mundo. Entre 2000 y 2010 fueron asesinadas
por violencia de género 5.200 mujeres en este país, según cifras
policiales.