31/8/10

Ésto no es poesía

Old beauty

El final del verano camina a mi lado y me hace daño
Me recuerda que hoy ha dejado ya de serlo.

Un día en el que se han encontrado dos soles
muerto personas a unos cientos de metros
vendido sueños a cualquier precio
manipulado gestos con la varita mágica
sin dueño

Ni siquiera la música es un consuelo
Cuando sabes que los días...y los días... forman sólo un espejo.


Ni siquiera tu sonrisa es un recuerdo
Cuando detrás esperan frascos azules llenos de agua que dicen es veneno
inunda todo, contagia todo, envuelve casi todo.

Y hoy ya ha dejado de serlo


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Copas de vino

Quiero brindar
Por todas las copas de vino vacías,
porque a veces ocurre:

las pequeñas arrugas en tu ojo derecho cuando ríes
la espalda en los abrazos
el aliento gota a gota
el tacto del calor entre paredes amarillas
y las fotos de cuando éramos niños

Admito que en algunas esquinas te pierdo la sombra
Discusiones torcidas
en laberintos donde viven tortugas hambrientas

Pero
¿qué pasa con los instantes?
¿con los gritos, los códigos, las películas,
y aquel trozo de mar al que nos asomamos?


No sé de qué color son las mañanas de diciembre
Y tu…sigues contando

30/8/10

Escenas de realidad

El otro día vi una película sorprendente y dramática a pesar de que sus protagonistas bailaran alrededor de una pista de baile sin cesar. Hoy he visto una película amarga y rocambolesca a pesar de la preciosa escena en la Fontana di Trevi.

Quería escribir sobre lo que he visto tumbada en el sofá rojo del que ya he hablado en alguna ocasión, pero en realidad creo que esto que vais a leer un par de líneas más abajo no son más que un montón de miedos y deseos filtrados a través de algunos fotogramas antiguos.

La primera de las películas se llama Danzad, danzad, malditos, aunque su título original no tiene (como en muchas ocasiones) nada que ver: They shoot horses don’t they?. Dirigida por Sydney Pollack hace 40 añitos, la historia transcurre en un único escenario: Una pista de baile, con forma de elipse, rodeada de gradas. En plena Gran Depresíón, se organiza un maratón de baile al que acuden parejas desde todas partes de Estados Unidos. La pareja que aguante más tiempo sin parar de bailar recibirá un premio: 1.500 dólares. Llegan muchos y todos comparten una misma tragedia: no tienen dinero. Así que bailan y bailan, hasta que apenas mueven los pies, hasta uno sobre otro tienen que apoyarse para continuar mientras el escenario de sudor y cansancio se va llenando de gente que quiere ver un circo camuflado de concurso, la degradación tapada con esfuerzo.

La otra película es La dolce vita, de Federico Fellini (1960). El protagonista es un periodista de esos que ahora llaman del corazón, Marcello. Guapo, cautivador y adicto a las mujeres, sufre una horrible enfermedad que le atormenta día y noche: nunca nada es suficiente. Así, su vida se vuelve el exceso por el exceso, las mujeres se amontonan, las fiestas se vuelven grotescas, y el olor a podrido se extiende incluso a lo que parecía intocable. Marcello está metido de lleno en el mundo de los flashes de los paparazzis, de las traiciones y los tragos de más.
Dos grandes películas que, si no habéis visto aún, recomiendo.

Pero lo que me ha hecho ponerme delante de este teclado ruidoso es lo que estas dos películas, creo, tiene en común: sus personajes buscan, desesperadamente, algo que no tienen. A veces no lo encuentran porque lo que quieren y necesitan escasea tanto que, a pesar del esfuerzo, se hace imposible alcanzarlo: no hay dinero, se ha roto el famoso sueño americano, no hay salida. Otras veces, no lo encuentran porque lo que ansían es un ideal, porque no existe la vida perfecta, fácil y plena.

Cuando la pantalla del salón se vuelve negra de nuevo y me pongo a recoger los restos de palomitas y dulces brebajes, me paro a pensar. Incluso siendo afortunados, estando aquí y ahora, con la vida más o menos resuelta, los bolsillos más llenos que vacíos y algunos diminutos triunfos (simples etapas de la vida) a la espalda….incluso así: qué cerca puede estar el vacío y que poco nos damos cuenta.