16/10/08

Periodismo y Libertad


Sin pan y sin palabra. Por la libertad en Cuba. Así se llama el libro del que la profesora de Periodismo y Cambios Sociales había extraído algunos textos para que los leyéramos. Todos ellos giran alrededor de una misma persona: Raúl Rivero, un reconocido poeta y periodista cubano que fue encarcelado en 2003.


Hay una carta de Eliseo Alberto (íntimo amigo), que se despide de Raúl, triste, con la rabia contenida de quien sabe que nada puede hacer frente a la injusticia salvo desenvainar la espada de la ironía. Aquí os dejo una muestra :"La Fiscalía esgrime una acusación digna de tenerse en cuenta. Asegura que en el registro efectuado en el apartamento de la Calle Peñalver al poeta se le ocuparon, entre otros materiales de carácter subversivo, una radio marca Sony, un cargador de baterías, una máquina de escribir…y supongo que también deben de haberle descubierto en la cocina o en el baño una azucarera, un jarrito de aluminio, tal vez dos rollos de papel higiénico…”
Hay textos del propio Raúl Rivero, emocionantes, llenos de incomprensión, de impotencia, rebosantes también, de un profundo e incondicional amor hacia el periodismo: “Me cuesta mucho trabajo sentirme culpable. Es casi como si se me acusara de respirar (…) Nadie me hace sentir como un criminal, un agente enemigo ni como un apátrida ni como ninguna de esas cosas que el gobierno usa para degradar y humillar. Soy sólo un hombre que escribe (…)Es el periodismo el instrumento que tiene la sociedad para iluminar la vida. Para sacar a debate todo lo que concierne e interesa a los seres humanos”.

Hay, finalmente, un fragmento de la sentencia condenatoria. Una sentencia que ignora todos los requisitos procedimentales de un proceso legal (legal, que no justo), una sentencia dictada tras un proceso sin defensa (el abogado de Rául tuvo apenas algunas horas para elaborar sus argumentos, no le dieron más tiempo) sin pruebas, ningún documento, ninguna grabación que demuestre la existencia del supuesto comportamiento subversivo del condenado. Es una sentencia absurda hasta la saciedad y repetitiva hasta la saciedad (el adjetivo subversivo se usa en 4 de cada 5 frases), incongruente, falsa porque utiliza testigos pagados que afirman que Raúl Rivero mantenía contactos con agentes de la embajada estadounidense. Es, en resumen, un engaño, un insulto.


Y en fin, tras la lectura se abre el debate.
La profesora pregunta ¿Hasta que punto tiene sentido decir que el periodismo ilumina la vida? Y las respuestas varían, claro. Algunos creen que “iluminar” es un verbo utilizado de forma poética y poco fiel a la realidad, idealista, quizás. Otros creemos que el periodismo libre (el periodismo independiente) deja entrar la luz en aquellos países cuyos regímenes comulgan disciplinadamente en la doctrina del oscurantismo. Y Cuba es un país en el que existe represión y censura.

Algún compañero de clase insiste en que es muy fácil ver las vulneraciones a la libertad de expresión fuera de las democracias occidentales a pesar de que también en éstas existe, con cierta frecuencia, censura (que se lo digan al Jueves y el famoso episodio de la caricatura de los príncipes). Pero son más las diferencias que las similitudes en cada lado del Atlántico. Allí, en Cuba, Raúl Rivero fue condenado a cadena perpetua por escribir, simplemente por escribir. Por contar cómo viven sus compatriotas, por dar aliento a muchos cubanos que no tienen libertad porque la libertad supone poder elegir entre muchas opciones y en Cuba sólo hay una. Aquí, en España o en cualquier otro país europeo, los cauces de expresión para los periodistas son, por lo menos, infinitamente más numerosos que en Cuba.

Raul Rivero fue liberado en 2004, tras 18 meses de encarcelamiento, después de las presiones de los gobiernos internacionales y en especial, el español. Pero hay muchos periodistas en Cuba, y en otros paises del mundo que siguen en la cárcel.

2/10/08

Interrail julio 2008-recuerdos




El día 25 de julio amanecemos en Atenas. Hay que pagar 50 céntimos por el agua caliente. A eso de las diez salimos del Hostal rumbo al Acropolis, comprendiendo que ni de broma marinera evitaremos las horas de mayor calor.

Los turistas invaden la polvorienta colina donde se alzan las columnas del Parthenon. Es, sin duda, lo que más (por no decir lo único) que me gustó de Atenas. A la salida, escribo postales mientras esperamos a la sombra. Muchos de aquellos turitas resbalan fatídicamente con el mármol. Ya avisaban en la guía de Ester que entre los peligros de Atenas estaban los dolorosos culetazos por culpa del resbaladizo mármol.

Después de comer un gyros gigantesco y después de que Sara cuente los mordiscos que Marga dedica a cada bocado (Marga come con extremada paciencia), vamos a pedir información sobre los trenes a Tesalónica y a Estambul.



Interior de la Mezquita Azul en Estambul

Como la suerte definitivamente se ha olvidado de nosotras, evidentemente, no hay billetes en el tren a Tesalónica, pero, privilegios del Europass, podemos ir de pie en el tren que tarda seis horas en llegar a su destino.


El concurrido tren llega a las 12 menos cuarto y la gente se agolpa a las puertas de los vagones, poseida por una ansiedad similar a la de aquellas señoras que en las rebajas hacen cola frente a las puertas del Corte Inglés.


Encontramos cinco asientos libres y somos ocho. Jugando al tetris con las piernas, las mochilas y las cabezas, probamos mil y una posturas para que las ocho, de alguna manera, podamos apoyarnos sobre algo que no sea suelo. Suelo que por cierto, además de estar cubierto por capas de polvo eterno, está frio como los témpanos. Finalmente optamos por hacer turnos. En el tren hay mucha gente sin billete, que viaja, con tremenda valentía, seis horas seguidas de pie. Hay personas de aspecto dudoso, piel amarillente y mirada embriagada. Familias. Hombres sin afitar y gente que ronca poderosamente.

A las siete de la mañana llegamos a Thesaloniki. De nuevo la suerte nos vuelve a dar varias patadas en el culo. El único tren a Estambul sale a las siete de la tarde. Qué alegría, solo nos quedan doce horas por delante.



Grecia es un pais muy religioso. Viajando en autobús muchas veces vimos que los viajeros, de tanto en cuanto, se persignaban. Parece ser, descubrimos luego, que lo hacen cada vez que pasan por delante de una iglesia. Además, hay imágenes religiosas por todas partes: en los autobuses, en las estaciones, en los restaurantes...En la cafetería de Atenas, ayer por la noche, se nos acercó un vendedor ambulante que llevaba colgada al cuello una bandeja con los típicos recuerdos y además, cinco o seis cruces doradas, mucho más grandes que las demás "baratijas".

En Estambul, los puestos de mazorcas de maiz estaban por todos sitios


Grecia es también un país en cierto modo abandonado. Las calles de Atenas no estaban cuidadas, por no hablar de las carreteras por las que viajamos desde Corfu. A medida que avanzamos hacía Turquía dejamos atrás varias virtudes de la supuestas sociedades modernas que conocemos: la puntualidad, la buena educación, el trato igual a hombres y mujeres...Hacia el este, no sólo el calor es cada vez más palpable en el aire.


Pero en fin, siguiendo con nuestro interminable viaje hasta Estambul, las casi 12 horas que pasamos en aquella ciudad son, sin duda, las más duras del viaje. El sueño nos acecha a cada paso pero no tenemos donde dormir. El hambre también, pero tenemos que ahorrar, ya se sabe que los mochileros somos gente austera.


Enfin, como bien denominó Marga, las "mendigas de Tesalónica" arrastran sus pesadas piernas por las calles hasta llegar a un pequeño trozo de césped en una plaza muy, muy concurrida. Hartas de buscar algo más parecido a un parque, caemos rendidas allí, ojerosas, derrotadas, objeto de todas las miradas de los cívicos ciudadanos de aquella ciudad.


Finalmente, cuando el sol empieza a arder, comemos (única vez en los 22 días de Interrail) en un McDonalds, en el que izamos la bandera del equipo Quechua (marca conocida que llevabamos en macutos, mochilas y demás equipamiento) por un tiempo casi indefinido. Allí jugamos a las cartas muchas horas, hacemos cálculos tremendamente complicados sobre lo que llevámos gastado a céntimo exacto, nos lavamos los dientes y cumplimos con rigor las tareas íntimas del WC en varias ocasiones, sabiendo muy bien que en las próximas horas todos los baños que nos encontraramos iban a ser infinitamente peores que los de la cadena de hamburguesas.


Foto robada a mi querida amiga Sara, palacio Topkapi en Estambul


1/10/08

Diferencias

Hace un momento mientras mojaba un trozo de pan con mantequilla en una taza de chocolate, he puesto la radio. Gemma Nierga estaba entrevistando a Santiago Carrillo.

Decía el afamado político, retirado ya del ruedo de la democracia (debe estar rozando los noventa años), que contempla, apenado y sorprendido, como la izquierda española está contagiada de una enfermiza apatía. Comentaba que aquellos que se dicen de izquierda no lo son y que, en cambio, muchos de los afiliados al Partido Socialista son fácilmente intercambiables por “burgueses de derecha”. Que era necesario reforzar las teorías de los partidos de izquierda, porque indudablemente estaban en crisis.

Me gustaría haber podido en ese momento estar cerca del señor Carrillo y haberle dicho (perdonadme la osadía). ¿Acaso espera usted que la izquierda actual sea un calco de aquella izquierda que existía hace 40 o 50 años?

Hace cuatro décadas en España acaba el franquismo. Aquel momento despertó, revolucionó y contagió el espíritu de crítica y lucha a personas de muchas ideologías diferentes. Entre ellos, la gente de “izquierdas” (etiqueta limitada, me temo) tenía motivos de peso para proponer, con absoluta convicción, cambios trascendentales, propuestas innovadoras.

Quizá, también, en aquel momento, los partidos políticos de este pais estaban formados, en su mayoría por jóvenes que habían vivido épocas difíciles, que no habían podido contar con más ayuda que sus ganas y su ingenio.

La clase política adormecida de la que habla Carrillo juega sus cartas en un escenario muy diferente de aquel. Para empezar, aquellos jóvenes luchaban por conceptos tan trascendentales como la libertad o la justicia. Se hacían oir porque necesitaban que las cosas cambiaran radicalmente.

Ahora, cuarenta años después, los políticos llevan chaqueta, corbata, coche oficial. Han crecido sin prestar atención a los jóvenes de los 80, de los 90.

Me resisto a pensar que los jóvenes estemos hipnotizados por una enfermiza indeferencia. Somos conscientes de que, aunque las sociedades actuales presuman de democracias robustas, existen, más que nunca, tremendas injusticias. Pero hay una diferencia. Ahora, esas injusticias están lejos, lejísimos de las mentes tiernas y “dóciles”. Gobernantes y medios de comunicación se ocupan concienzudamente de distraer las conciencias. Ahora, el enemigo se camufla mejor. Ya se sabe que conforme pasa el tiempo, los mecanismos de engaño se perfeccionan.


Los jóvenes conocemos los peligros, pero los sentimos lejanos. En el año 2008 parece que la libertad se da por hecho. Pero aquellos que no llegamos a los 30, potenciales actores de los cambios sociales, estamos enfrascados en una tarea tremendamente ardua: sacarnos las castañas del fuego.